Crónicas Saharianas

Hace unos días mi madre, Candelí, así se llama… tras abrir una de esas gavetas que nunca se abren, pues no se sabe que puede salir de dentro, encontró una vieja carta que mezclada con mis barrunteras mentales, me inspiro los pensamientos, que  dan lugar a está historia de viajes y aventuras en tierras africanas….

…. Corrían los años cuarenta de la pasada década, años difíciles, tiempos revueltos entre guerras y postguerras… Un joven silense es llamado a cumplir sus obligaciones con la patria, con unos veinte años de edad debe hacer el servicio militar. Unos dos años con uniforme, inicialmente en el acuartelamiento de ingenieros en La Cuesta y luego a comer arena…

Tras unos meses, por recomendación de un mando, para quedarse en un buen puesto destinado en la isla de Tenerife, saca los carné de conducción de coche, moto y camión, sin embargo por azares de la vida, finalmente estos carnés son el motivo por el que lo destinaron aproximadamente 21 meses al antiguo Sáhara Español, concretamente a la posesión de Cabo Juby.

Destinado como conductor del ejercito español, o como bien le gustaba decir a él, chofer de camiones, recorrió las arenas que separaban Laayoune de la antigua Villa Bens, hoy Tarfaya, en otras ocasiones llegando incluso hasta Tan Tan. Eran los años de 1945 y 1946, en plena posguerra civil española, a la que se sumó los efectos de la postguerra de la primera guerra mundial, años de escasez, evidentemente más que palpable en el duro y lejano desierto.

Al volante de un viejo camión realizaba habitualmente viajes de más de un día, hoy realizable en una pocas horas, entre los distintos acuartelamiento de la zona. Al caer la noche tenían que parar en medio del desierto para montar el campamento en la arenas. Tras la caída del sol y la correspondiente llegada de la oscuridad, cantos similares a niños juguetones ponían sonido a la noche, aullidos de hienas hambrientas en busca de los desperdicios de la cena o de cualquier otra cosa comestible. Mientras los miembros de las tropas moras asechaban los movimientos de los cánidos… Un ronquido, una breve brisa, el canto de un alcaraván, el susurros de los grillos… silenciosas noches en el desierto…

Villa Vens fue el centro del universo conocido para este y otros reclutas. Esta pequeña localidad costera fue escala obligatoria para los aviadores que surcaban los cielos entre Europa, África y América, aventureros como Antoine De Saint Exupery llegaron hasta este lugar en sus hazañas aeronáuticas, viajes sobre el desierto del Sáhara que inspiraron a Exupery para escribir la afamada obra de El Principito. Hoy en día conocida como Tarfaya, es tan solo una polvorienta agrupación de casas entorno al puerto pesquero y de mercancías.

El hambre era un constante compañero de las tropas españolas que ocupaban las plazas saharianas en esa época, sin embargo las habilidades pesqueras de algunos compañeros de reemplazo, provenientes de La Matanza, El Sauzal y La Victoria (Tenerife), y la posibilidad de navegar en una pequeña barca rudimentaria perteneciente al pequeño destacamento, permitieron a algunos privilegiados ubicados en la pequeña localidad de Tarfaya comer pescado casi todos los días del año, llegando a aborrecerlo como bien le gustaba comentar. Hasta el día que el paladar descubrió la carne de camello, y los gustos gastronómicos parece que cambiaron un poco…

Tiempos duros… seguros que muy duros.. como pude leer en la carta, en la que un oficial solicitaba la urgente devolución de las funda del cama y de la supuestamente roída almohada. Un último mensaje en forma de orden antes de abandonar aquellas tierras que nunca olvidó.

 

A su vuelta a Tenerife, decidió no viajar más, ya tenia suficiente con su estancia en el Sáhara, sin embargo sus relatos sobre ese lugar enigmático y lejano, sirvieron para motivar pasión entre su nieto primogénito por el desierto y el continente africano, obligándolo a viajar más de 50 años después, a los mismo lugares que él visitó.

Él nunca más volvió, paso toda su vida ligado al mundo del cultivo del plátano y el futbol, hasta que el pasado 31 de marzo de 2017, comenzó otro viaje del que nunca se vuelve, falleció con 92 años de edad mi abuelo Máximo Melo Martín. De él me quedarán muchos recuerdos, uno de los más importantes sus crónicas saharianas. Hoy probablemente su alma corre libremente por las arenas del Sáhara junto a gacelas, camellos, corredores y chacales. Descanse en paz.

 

Poniéndole forma a los relatos de mi abuelo sobre el Sáhara. En las puertas del Museo de Antoine De Saint Exupery de Tarfaya, Sáhara Atlántico Marruecos, junio 2013.

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